
Cambiando totalmente de tercio,
y para volver a un tema que tenía absolutamente olvidado, quería hacer mención a otro de esos sitios que pueden llamarse de culto gastronómicamente hablando.
Y no: no se trata de "El Bulli" de Ferrán Adriá, ni del restaurante de Juan Mari Arzak, sino de uno mucho más modesto y no por ello de menor calidad, aunque ésta sea siempre discutible según paladares más o menos exigentes.
Si hace unos meses les hablaba de mi sitio de culto por antonomasia, "El Athenas", situado en el castizo barrio de Prosperidad, hoy vengo a hablarles de "El bocho", situado en el no menos madrileño barrio de Malasaña.
Podríamos decir que se trata de un sitio en el cual, como si de una coctelera se tratase, han reunido a todas las abuelas con su mandil y las han puesto a trabajar a destajo en la cocina, porque lo que allí se prepara no es apto para paladares melindrosos, sino para avezados del maravilloso arte del tripeo.
Callos, potes, fabadas, huevos rotos con chorizo, cremas catalanas y flanes hacen de éste un lugar de imprescindible visita si de verdad uno quiere entender lo que de verdad supone la auténtica comida hispana.
Tuve la oportunidad de visitarlo el pasado viernes en buena compañía y, como siempre, no defraudó a nadie. Empezando por el vino -en frasca, naturalmente-, y acabando por una crema catalana de quitar el hipo.
Y todo ello al calor de una estufa de butano y mantel a cuadros blancos y rojos.
Si estaban esperando recetas a base Foie de pato, manteles de diseño, mesas de metacrilato o lindezas semejantes, éste no es su post.
La España cañí tiene estos maravillosos rincones dignos de ser promocionados y loados de manera frecuente, pues son una especie en extinción y una auténtica reserva espiritual gastronómica.