jueves, 5 de febrero de 2009

El maestro era así


Hace tiempo que nos abandonó,

pero sus escritos, llenos de ironía, depurado dominio del lenguaje y amplio conocimiento en materia taurómaca, siguen haciéndonos pasar un muy agradable rato.

Lo atestiguan aficionados y no aficionados. Por algo será...

Va por Vd., maestro.



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El País. JOAQUÍN VIDAL, Sevilla. Pepín y los 'yonquis'

Los toros parecían yonquis yPepín Liria se peleó con ellos. A ver quién tenía más de lo que hay que tener. Lo tenía Pepín Liria, según se demostró de manera fehaciente. No porque estuviera a la vista; antes bien, los únicos que lo mostraban eran los toros, con total desvergüenza, y les colgaría grandote y bamboleante, pero para lo que les servía....

Pepín Liria, en cambio, pudendo y recio, se pasó la tarde fajando con los yonquis y les daba para ir pasando. A uno de ellos le cortó una oreja. Al otro no le cortó nada, pues el toro-yonqui, al mugido de «Antes morir que perder la oreja«, se tumbó a verlas venir. Los yonquis, menudos son.

Los yonquis, si se empeñan, no hay forma de hacer carrera con ellos. Salió uno en cuarto lugar, y ese debió cogerla de anís pues devino volatinero. Estaban en lo que llaman solemnemente tercio de varas y se dedicaba a correr por allí pegando tumbos, buscando una farola donde agarrarse. A veces caía de hocico, y entonces iba, apoyaba los cuernecillos en la arena y trazaba en el aire una impresionante voltereta.

Este toro de estilo Domecq -puro artista, por tanto- para el circo, no habría tenido precio. Dos espectaculares volteretas dio y aseguraba la afición que nunca había visto nada igual.

Al toro volatinero y a otro de borreguil condición Litri los trapaceó de capa y de muleta con voluntariosa reiteración. Es admirable la tenacidad de Litri para resistir las embaucadoras llamadas del arte.

Los toros con pinta de yonquis a Jesulín de Ubrique no le inspiraban ninguna intervención de mediano fundamento. El segundo de su lote fue devuelto al corral para evitar malos ejemplos y contagios, pero el sustituto que llaman sobrero resultó de peor condición. Titular y sobrero eran víctimas del mismo vicio y Jesulín de Ubrique, que no estaba para redimirlos ni para integrarlos en la vida administrativa, les dio un poco de coba y en cuanto pudo se los quitó de en medio.

El tercero lo devolvieron al corral por su manifiesta inutilidad y el que tomó su puesto no es que poseyera mayor lucidez ni fortaleza, sino que le salió al paso Pepín Liria, torero macizo de férrea voluntad y arrebatado temperamento.

Con Pepín Liria no valen las bromas. Y pues se propuso pegarle al crepuscular especimen los derechazos y los naturales, se los pegó. Se los pegó, valeroso y recrecido, no una sino cuantas veces quiso; con ellos, ceñidos pases de pecho; de propina, un circular citando de espaldas que puso al público en pie; y por si hubiera dudas acerca de quien mandaba allí, menudeó amenazantes desplantes que dejaron al toro hecho una piltrafa. Y, naturalmente, la faena y el estoconazo con que la remató le valieron la oreja.

Al sexto es evidente que Pepín Liria pretendía cortarle las dos y para demostrarlo se marchó a recibirlo a la puerta de chiqueros. La recepción resultó tremendamente emotiva: tres largas cambiadas de rodillas tiró, capoteó después a la verónica y al rematar los lances la Maestranza estaba convertida en un auténtico manicomio; el tendido era un delirio.

La impresión del sobresalto y el murmullo de las emociones no se habían apagado cuando, ya en el último tercio, Pepín Liria citó de lejos al toro con el propósito de darle un pase cambiado. Pero el toro mantenía distinta opinión. El toro había decidido que el pase cambiado se lo diera a Rita. No sólo el pase cambiado sino todos los que haya podido inventar la tauromaquia y recopilar el Cossío.

La situación llegó a ser desesperante: Pepín Liria presentando la muleta, el toro limitándose a olerla pues debía creer que se trataba de una papelina. Y en estas que se produjeron tres pases por alto. Los tres pases por alto ya no pertenecían a la tauromaquia concebida e inventariada sino que surgían de nuevo cuyo; una creación exclusiva e irrepetible, inspirada en la religión mahometana. Dice la leyenda: «Si el monte no viene a Mahoma, que Mahoma vaya al monte«. Y tal cual procedió Pepín: acudió y le pegó al inmóvil toro los tres pases por alto.

Las cosas de los yonquis: al comprobar que su tozuda pasividad no impedía que le pegaran pases, se tumbó. Lo que a partir de ahí no lograban las cuadrillas tirándole de los cuernecillos y del rabo lo consiguió el puntillero emprendiéndola a cachetazos. Harto el asendereado toro de que le zurraran el testuz, se levantó. Y eso le permitió a Pepín Liria matarlo según mandan los cánones, que es con estoque y a volapié. Y lo celebró mucho el público. Y dio una triunfal vuelta al ruedo.
¡Y olé!

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2 comentarios:

Maeglin dijo...

Que castizo el post.
The Defender of tauromaquia.
Jejejeje.

¿¿Qué tal fue ese tributo knopfleriano galego??

Carlos dijo...

Buena música, buena bebida y mejor compañía -la de algun@s...-