
Ayer pudimos asistir al último capítulo de la sextugésimo segunda edición de la Feria de San Isidro que ha sido, considerada por muchos, como una de las peores ediciones jamás realizada.
A eso de las 9 de la noche del día de ayer, Iván Fandiño dio fin a su morucho Victorino y ponía fin a una feria marcada por la mediocridad. Uno que intenta escribir de la manera mejor que le es posible, a pesar de sus limitaciones, y cuya responsabilidad de escribir lo acaecido en todas las tardes que tengo ocasión de presenciar a través de la caja tonta, se le han quitado las ganas de plasmar lo sucedido en la última corrida, pues no se trata más que de una coletilla más que añadir a lo ya expuesto.
El bajo nivel del escalafón actual, unida a la falta de casta de las ganaderías en un altísimo tanto por ciento, añadida a su vez con la no presencia de carteles de mediano fuste, han hecho de esta isidrada un auténtico fiasco.
Uno que no es sospechoso de apuntarse al carro de la crítica a los carteles si en ellos no hay personas de renombre, no ha querido pronunciarse hasta estos instantes hasta ver los resultados. Y no pueden ser más paupérrimos.
El toreo se ha producido con cuentagotas, si es que en algún momento ha acaecido. Recordamos el monumental toreo a la verónica del artista más personal y genial de los coletudos actuales: Morante de la Puebla, que trajo aromas y esencias ya olvidadas por la conspicua afición venteña. Recordamos la valentía y la honradez de un pequeño puñado de toreros, entre los que se encuentra Iván Fandiño; algún que otro par de gran mérito de subalternos de lujo como pudieran ser Curro Molina y Alcalareño, y un toro de enorme bravura que lidió Daniel Luque de manera astrosa y pueblerina.
Trinunfos ninguno, orejas de regalo todas. Borregadas y gatadas a montones. Incompetencia en el palco mucha.
Es un signo de los tiempos que corre la Fiesta, donde unos cuantos mediocres se conservan en lo más alto del escalafón lidiando novilladas en plazas de tercera, y alcanzando más que discutibles triunfos ante públicos fiesteros cuyo conocimiento en materia taurina son, cuando menos, discutibles.
De este modo, y ante semejante despliegue de capacidades toreras y orejiles en plazas de nulo fuste, se sigue acrecentando la leyenda de que en Madrid es imposible triunfar porque el toro es muy grande, el público muy maleducado, y ahora mismo se torea mejor que nunca.
Sin embargo, Madrid sigue siendo la primera plaza del mundo, en una de las pocas donde sale el toro de verdad -no todas las tardes, bien es cierto-, y las orejas se conceden con mayor justicia que en la mayoría de cosos del planeta toro.
Y ya, casi ni siquiera eso.
Así que vamos apañados, como dijo aquél.
Por lo tanto, y a fuer de ser optimistas -que no lo soy, y en esto menos-, habremos de quedarnos con las verónicas dibujadas de Morante, esperar que algún torero le dejen de rondar pájaros por la cabeza, y que algunos ganaderos criadores de verdaderas reses bravas, se pongan las pilas y hagan que la Feria del Aniversario -que ahora no recuerdo de qué, aunque algo se les ocurrirá, no se preocupen ustedes-, sea diametralmente opuesto en calidad y resultados a la infame isidrada que hemos tenido que padecer todo este mes de mayo.
Que Dios, para los que crean, y utilizando el viejo aforismo taurino, reparta suerte.... y nosotros que lo veamos.